López Obrador. Posdata

López Obrador. Posdata

El Jicote. Por: Edmundo González Llaca

Los tiempos de López Obrador, entre un escándalo a otro, se reducen. Nuestro deslenguado Presidente tiene la boca seca. Antes del proceso electoral, cuando hablaba, podía uno irse tranquilamente a la cocina a tomarse un vaso de agua o prepararse un sándwich, podía regresarse a la tele y seguir sin problemas su narrativa. Ahora es necesario estar muy atento y concentrado para comprender su cambio de temas casi digital.

Es un viejo mago de pueblo al que se le salió el conejo de la chistera, las mascadas se le resbalaron por las valencianas y unas palomas asoman la cabeza entre los botones de su guayabera. No estoy de acuerdo con Xóchitl Gálvez, que el Presidente es insensible, eso no es cierto, López Obrador sí es sensible, lo que pasa es que lo único que le interesa es el poder.

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La pasión autoritaria y egocéntrica del Presidente tiene subordinada a la realidad política a su posesión casi demoniaca. El país está inmerso en la casa de los sustos. Lo que es un escándalo político en la mañana, a medio día se diluye con los comentarios que defienden o atacan el acontecimiento, en la noche, no deja de convertirse en buenos chistes en las redes sociales. No nos terminamos de sorprender con la sociedad anónima con responsabilidad ilimitada que han formado los hijos en las nóminas oficiales y con los presupuestos, cuando ya se desempolvó el asesinato de Colosio.

Hago un paréntesis. No meto mi cuchara ni comento la grave acusación de la DEA sobre el financiamiento del narco a la campaña electoral de López Obrador. No vaya a ser que en represalia me acusen que yo fui el segundo tirador en el crimen de Colosio. Mi única recomendación al Presidente y a los miembros de la Cuatro T es que no vayan ir a Disneylandia, ya fue un milagro que nos regresaran a Cienfuegos.

Esta realidad política abrumadora es muy grave. Los hechos pierden significación, se desaprovecha la trascendencia de las cosas, imposible rescatar la experiencia y los mensajes de lo que nos pasa. A la orilla de la butaca, perdemos nuestra capacidad de sorpresa, de indignación, La frustración y la confusión son los mejores aliados del poder, pues todo lo paralizan.

Regreso a mi microcosmos. No porque tengamos importancia el Presidente, y mucho menos yo, pero el dilema es lo que subsiste: Se puede terminar la corrupción o solamente se puede atemperar.

El Presidente utiliza, según su digestión, la afirmación que él ya eliminó la corrupción de su gobierno o, en un acceso de humildad, utiliza el gerundio: que ya la está acabando. Yo sostengo que lo más que se puede hacer es mantener a raya a la corrupción que está en la pasta del poder y en la condición humana.

López Obrador, para sostener su hipótesis, dice que él no es corrupto, como dicen en los aviones “en el remoto caso” que no lo fuera, su pureza inmaculada, doscientos pesos en la cartera, no permite suponer que no sean corruptos ni su círculo cercano ni sus funcionarios. No basta que el líder sea honesto, Cristo fue un hombre virtuoso y valiente y no fue suficiente para que ni sus discípulos lo fueran. En caso de duda, consultar a Judas o a Pedro.

A favor de mi tesis y con el deseo de darle la vuelta a la página al diferendo, no se terminaba de escuchar el eco de la ilusión presidencial de que ya había acabado con la corrupción, con todo y pañuelito blanco, cuando Transparencia Internacional ha confirmado que México no ha avanzado en el sexenio de López Obrador en su lucha contra la corrupción; que  México es el país más corrupto de la OCDE y de los más corruptos del mundo, a la altura de Kenia y Tongo.

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El Presidente ni siquiera comentó esta grave acusación, ya sabríamos su respuesta: Transparencia Internacional es una organización conservadora, Xóchitl Gálvez y Claudio González la patrocinan. López Obrador ya padece la desgracia de todos los tiranos, su narrativa es previsible y por lo tanto no tarda en caer en el peor de las faltas públicas; aburrir. Eso no lo permitirá, asumirá un papel por él ya conocido: es víctima de un complot nacional e internacional por su amor al pueblo.

Al Presidente le urge buscar otro villano que pague el descrédito absoluto de su imaginaria lucha contra la corrupción de su gobierno. Lo de “Honestidad valiente” resultó una burla macabra.

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Edmundo-Álvarez-Llaca

 

El Jicote, por Edmundo González Llaca.

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