Estela a la melancolía

Estela a la melancolía

Benjamín Ortega Guerra

Fue alguien decidido a perderse en la locura y melancolía. Como un enamorado inverso: autodestructivo. Siempre huérfano. Paria. Aislado. Vitalista. Su única isla que lo aliviaba: los balbuceos de sus obras mientras se embriagaban. Una a una las vociferaba. El vértigo fue su equilibro. Diminuto y paliducho felino de la ardiente escritura nocturna que trasmitió su alma en un Never more! Repugnante por tararear sus poesías mientras se balanceaba con el poco equilibrio de racionalidad poética que le sobraba mientras su cuerpo desorbitado se proyectaba contra la realidad concreta de la sobriedad. Su fracaso lo mantenía en pie. Pateado y repugnado y puteado. Bienaventurado de la soledad. Hiperbóreo. Se asesinó, culpó y amó en todas sus extraordinarias narraciones.

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A lo lejos, mirando cómo ese volcán eructaba, Baudelaire lo retrataba. Con la concisa y determinante mirada carroñera. Límpido. Cauteloso. Era el sátiro predilecto de sus paraísos artificiales. De haberse encontrado, físicamente, se hubieran devorado mutuamente, hasta el éxtasis, como la narcotizada víctima que sensual se entrega a la daga y al apetito del hierofante o como las bacantes devorando los cuellos de los no invitados. Estela, Estela, Estela, Estela

Era un animal de mirada confiada. El reposo de la tormenta. Con la frente hinchada de huracanes. De cuerpo herido, maltratado rumbo al matadero de la poesía. Un acróbata que caminaba desnudo sobre los vértices de los cuchillos de los carniceros. Ebrio hasta vomitar en lo más rastrero y miserable el nombre de su cadáver predilecto: ¡Leonor! Weep now or never more! Porque: ¡En este triste y rígido rastrero yace tu amor, Leonor! En una carta de 1848 nos aclara: “No encuentro precisamente placer alguno con frecuencia tan vehementemente. No es en verdad por amor al placer por lo que he expuesto a la ruina mi vida, mi reputación y mi razón”.

Estela

Así es, y como no lo encontró, se entregó a la lúgubre destrucción. Fue él, al primer animal herido que leí y bebí de su sangre esparcida en hermosas mujeres inalcanzables, poemas, culpabilidades y desesperaciones para darle un sentido en lo que era mi vida en la adolescencia, porque compartimos la misma fatalidad: el destierro. En suma, que todas tus musas te cojan insaciablemente como el jabalí a su presa humana.

¡Larga vida, mi gran corazón delator!… Edgar Allan Poe!

A 174 años del delirum poeticus

Octubre 7, 2023. Año de encuentros y desencuentros.

 

 

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M. en F. Benjamín Ortega Guerra.

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